Héctor Borda Leaño (1927 -
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Nació en Oruro en 1927
y desde muy joven se vinculó con el proletariado minero de Bolivia y con la actividad
política, lo cual lo llevó al exilio en varias ocasiones; a la Argentina en 1954 y a
Brasil en 1957. |
Fue
Diputado Nacional del Partido Socialista junto a Marcelo Quiroga Santa Cruz entre
1966-1970, y Senador entre 1982-1985. Vivió exiliado en Suecia durante veinte largos
años. Su libro de poemas La Challa mereció en 1967 el
Primer Premio de Poesía Franz Tamayo y en 1970 su poemario Con rabiosa
alegría obtuvo el mismo galardón. Ha publicado cuatro libros de poesía: El
sapo y la serpiente (1965), En esta oscura tierra
(1972), Con rabiosa alegría (1975) y la antología Poemas
desbandados (1997).
Poemas
Mineros Uno
Soneto a la Serpiente
Presencia de la Coca
Caminas todavía entre sílice y cal,
entre martillos
con lacerado pulmón que te acompaña
en la tos terminal de tu apellido.
¿Subes acaso, desgastando sueños
que en cachorro de ruido y polvareda
encoraginan puños y adjetivos?
Atento ante la muerte,
drásticamente amortajado un hueso
reseco en sus raíces
enumeras tu pan y las heridas
de tu famoso grito,
de tu rabia inconclusa
y la prédica inmemorial de tu andadura.
Subes o bajas desbastando sombras
con la luz consecuente de lentos lamparines,
te lleva de la mano un salario agostado
y te llevas tú mismo y sin pretextos
como tapa de tumbas desmedidas.
Está tu grito tenso,
tu joroba ancestral,
la tenaz ilusión de hollar la roca
sin macular sus sacras desnudeces,
está el trajín de tus zapatos
cloqueando en los charcos de tus charcos.
Sin embargo prosigues,
martillo de ocho libras, barreta, dinamita,
como puñal sangrante en medio de la veta
vistiendo de crepúsculos
el tendón magistral de tu estatura.
Sin embargo prosigues,
yugulada tu voz entre las sombras,
tributario de orígenes, nictálope veraz,
locura sin retorno entre cristales
de venenosos filos trasnochados.
¡Cuánto más! Un salario de alcoholes edifica
catástrofes de coca,
secretos rituales, donde la muerte misma
empieza a retejer sus misereres.
Sin embargo prosigues,
cerrado a cal y canto en tus angustias,
debajo de tu piel un puño alzado,
debajo de tu piel el hambre y los fusiles.
Lloró en la noche grande la serpiente
y lloraron los pájaros de arena
el agua temblorosa en su corriente
y la sombra vibrando en la falena.
Lloró en la noche grande la serpiente
como insuflando su dolor de quena,
quemando como fuego en el sufriente
corazón de la piedra y de la pena,
Lloró en la noche con dolor ajeno,
con voz de polvareda y de veneno,
con voz de soledad y de regreso.
Mas la piedra sonora en trizadura,
acomodó a la sierpe en la ternura
de su matriz cantora y de su hueso.
Ha de bajar por un secreto canal
de rutas capilares
cerrando las heridas,
amansando la dolorosa gestación de los sueños.
Por las orillas del hambre y del cansancio
ha de ir tejiendo su ramazón
de obnubilaciones y lamentos.
Ha de ir cayendo gota a gota,
destilándose finamente
por las arterias del hombre dolorido,
hasta llegar en comunión de maleficios
al supay mineral
y en la agraria desolación de pachamama
ha de volver por el camino
de la papa y la sara
hacia el cielo infinito.
La coca ha de pasar
bajo un sombraje de casiteritas,
de rosicleres inermes en la mano del tiempo
hacia la constelación de las leyendas,
la coca retornará hacia el pasado
volviendo a mensurar la impronta de los mitos
donde se guarecen los cóndores nocturnos
en el silencio en que florecen las piedras.
La coca junto a la mueca del desprecio
se ha de ir haciendo persistencia de dios
en las entrañas del hombre.
Una quebrada geografía caminará con paso solitario,
alqamaris nativos graznarán en la oreja
del perdido
cuando hormigas minerales,
sapos, cóndores, sierpes descabezadas,
hondas raíces corroídas por el agua,
nitros en corrosión
sochapen los ojos taumaturgos
a la piedra del tiempo
con brújula de soledad y de martirio,
y en la sensación del desvarío
por la wilancha y los sahumerios
la coca ha de volver al mismo sitio.
La coca ha de bajar como clepsidra
por un secreto canal de rutas capilares
socavando a la muerte
su angurria de paz
sin dejar más caminos que el sueño.
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