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Colección Literaria / Pedro Shimose


Zona Negra

                por Pedro Shimose

Le preocupaba ese rumor de hojas secas arrastradas por el viento. Para ella había empezado la época de los zumbidos en lo alto del cerro, como si los muertos quisieran decirle algo. En sus pesadillas veía sapos gigantes atravesando el fuego y dando saltos alrededor de la sangre. Se acordó de una imilla chascosa, de mejillas paspadas y ojos vivaces. En tiempo seco hacía cola en la cisterna del barrio junto a otros llocallas e imillas que trasegaban agua en latas.

Un trueno la sobresaltó, se arrebujó en la cama calentita y entonces, sólo entonces, se percató de un bulto que dormía junto a ella.

Un cuerpo extraño roncaba a pierna suelta, desasido del mundo.

El Nemesio vivía quejándose de la silicosis que lo iba matando poco a poco y de unas várices que lo hacían llorar de rabia. Volvió a sentirse más amargo en el desespero de este mundo. Sin pensárselo dos veces dejó la mina y se vino a la ciudad, sin saber qué sería de su vida al lado de una mujer maldita que había dejado de quererlo.

La autoridad los amonestó: "Esta zona es zona negra. Debían no más haber pedido permiso, pues". Y la mujer: "No sabemos, pero". Se había comprado, una radio a transistores y unas frazadas. Pensaba en lo churro que era el Nemesio cuando lo conoció. Un domingo fueron a hacerse unas fotos a la plaza de Churubamba y ahí no más se juntaron, al lado de la fuente seca del monumento al fundador de la ciudad. Las fotos sepias cuelgan de la pared sin revoque.

El Nemesio era amadito, pero todo pasa y el amor también pasa. De pronto, fue un maldito que le ponía cuernos. Ella sospechaba la traición del Nemesio con una de esas imillas robamaridos. De repente se había vuelto distraído. La última vez no quiso llevarla a la fiesta de los prestes del Señor de la Sentencia. ¿Sería que así les va a los casados sin guaguas? Ella decía: "La culpa es del Nemesio". Él: "La culpa es de ella nomás, pues".

El vendaval hacía vibrar el techo de calamina. Ella pensó en arreglar la casa al día siguiente de la challa de la casa. Los canastillos de flores se remecían colgados de las vigas. Apaciguaron la sed de la tierra, rociaron el suelo con cerveza, ahuyentaron a los malos espíritus, rezaron una oración cristiana y todos se alegraron y bailaron una sarta de cuecas y huayñitos hasta que se hizo de noche y con el cansancio llegó el sueño.

Construyó su casita en contra del dejado del Nemesio. Para los Carnavales, el marido, se hacía el loco y se perdía por no se sabe dónde ni con quién. Unos decían que se había ido, disfrazado, de pepino tras la imilla bandida de la Sabasta. Después volvió diciendo: "Nunca más, mamita", pero ella no le creyó y se fue haciendo la olvidada para no sufrir las ofensas del tunante del Nemesio. Lo perdonaba por costumbre mientras trabajaba haciendo de todo para juntar su platita para el terrenito, los adobes y todo eso que hoy es la única verdad de su existencia.

El agua sigue cayendo sobre los cerros pardos. Algo la puso más nerviosa que nunca. Era como si rodaran barriles llenos de piedras. Sacudió al marido, pero el Nemesio gruñó, le dio la espalda y siguió durmiendo su borrachera.

Se acostaban sin hablarse, sin contarse nada, sin recordar nada. Hacía tiempo que no lloraban ni se reían juntos. Casi nunca comían juntos y cuando comían sólo se oía el ruido de las cucharas en los platos. Cuando sus miradas se cruzaban sólo veían la sombra de un viejo rencor y el desprecio que mata callando.

Un torrente de agua sucia desciende, furiosa, por las calles inclinadas. Tronó el cielo encapotado y el estruendo reverberó en el aire de la cordillera, trepidó la tierra y todo pareció hundirse.

La mujer se asomó a la ventana y vio cómo se deslizaba la riada, rabiosa y rugiente, arrastrando postes de luz, alambres, fierros y maderas.

El aluvión de cieno brama, sepulta casas, avanza arrasándolo todo como lava de volcán. De un salto, sin saber cómo, la mujer voló a la puerta y reforzó la cerradura.

El Nemesio roncaba.


Pedro SHIMOSE (1940). Poeta, narrador, ensayista, periodista, dibujante y compositor de música popular. Dirigió el Departamento de Extensión Cultural de la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz (1970 - 1971). Desde 1971 vive en España, donde dirigió la colección "Letras de Exilio" en la editorial Plaza & Janés y la importante Biblioteca de Poesía Hispanoamericana en el Instituto de Cooperación Iberoamericano. En 1972 obtuvo el Premio Casa de las Américas en Cuba por su libro Quiero escribir pero me sale espuma. Además ha publicado: Triludio en el exilio (1961), Sardonia (1967), Poemas para un pueblo (1968), Caducidad del fuego (1975), Al pie de la letra (1976), Reflexiones Maquiavélicas (1980), Bolero de caballería (1985), los relatos de El Coco se llama Drilo (1976), el Diccionario de Autores Iberoamericanos (1982) y el ensayo Historia de la literatura latinoamericana (1989).

 

 

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Last Updated 20 June, 2003 - 02:30 PM -0400


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